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Wednesday, January 2, 2013

A 30 años del adiós de Elías Figueroa: "El título de Mejor de América se lo quité a Pelé"

El 1 de enero de 1983, el ex capitán de la "Roja" jugó su último partido en un 2-2 de Colo Colo ante la "U".

02/01/2013 - 07:13
Elías Figueroa repasó junto a La Tercera varios pasajes de su carrera, a 30 años de su retiro. Elías Figueroa repasó junto a La Tercera varios pasajes de su carrera, a 30 años de su retiro.
La diferencia entre ser un crack e instalarse en la memoria colectiva es gigante. Viernes 28 de diciembre, mediodía soleado en Reñaca. Elías Figueroa camina por el corazón comercial del balneario, se sienta para esta entrevista y la gente no para de mirarlo y acercarse. Un casi cuarentón, junto a su madre, le pide una foto, agradeciéndole las alegrías que le dio en Palestino cuando niño.

El empleado que expende helados en el Bravíssimo pide otra foto, comentándole que era el máximo ídolo de su padre. Y el fotógrafo que grafica esta nota, en la despedida, solicita que firme una imagen enmarcada para su papá. "Por usted me pusieron Elías como segundo nombre", le cuenta al tres veces mundialista (Inglaterra 66, Alemania 74 y España 82) y mejor jugador de América en la encuesta del diario "El Mundo" de Caracas en 1974, 75 y 76.

Ejemplos claros de que estamos en presencia de alguien mucho más relevante que un jugador de fútbol.

"¿Treinta años ya? Me acordaba que era cerca del Año Nuevo. Sí tengo muy claro que después de ese partido en el Estadio Nacional, en el camarín, le comuniqué a Pedro García que no jugaba más. Nos concentramos como a las tres de la mañana y ahí pensé, ¿qué estoy haciendo acá?, perdiéndome una fiesta familiar", cuenta Elías Ricardo Figueroa Brander (25 de octubre de 1946), rememorando el partido definitivo de su brillante carrera. Un empate a dos goles por el "Cacique" ante Universidad de Chile, en el coliseo ñuñoíno.

El síntoma para tomar la decisión venía incubándose: "Empecé a sentir que las prácticas me aburrían. Siempre me encantó entrenar, me cuidaba, me mataba en cada trabajo. Por eso, cuando percibí esa sensación dije, hasta acá llegamos". Eran momentos complicados en Colo Colo y todo el fútbol chileno. El fiasco de España 82 estaba fresco y los clubes comenzaban a vivir una dramática crisis económica.

El día después suele ser muy complejo para el jugador.
Fue terrible. Le tomé el peso cuando no fui a entrenar. Agarré mis cosas con mi señora, Marcela (Kupfer), nos vinimos una semana a un fundo que tenía en Villa Alemana. Lloré mucho, pero siempre observé a esos grandes jugadores que terminaban mal, en clubes de bajo nivel o en la banca. "Dejo antes que me deje a mí", dije, y creo que no me equivoqué.

Tuvo la fortuna de no tener lesiones.
La única fue un choque con Marco Cornez, un golpe casual en las costillas, que se complicó porque me afectó la pleura. Pensé que moría. Tuve suerte en eso, pero me cuidaba mucho, no había noche. Si me pedían 200 abdominales, hacía 250. En las vacaciones, por ejemplo, descansaba cuatro días, pero al quinto salía a trotar, me movía, porque era casi una necesidad.

El fútbol es la pasión de siempre de Elías Figueroa, triunfador en el gran Peñarol de los años 60 y en Internacional de Porto Alegre a comienzos de los 70, convirtiendo incluso el tanto que dio a los gaúchos su primer título nacional ("El Gol iluminado"), su nombre es una referencia en la tierra de los pentacampeones del mundo. Por eso acaba de ser elegido embajador de la ciudad para el Mundial de 2014.

En Brasil usted dejó una frase que hasta hoy se recuerda: "El área es mi casa y ahí entra el que yo quiera".
Lo dije una vez en la red O Globo, apuntándole a la cámara, para que todos los delanteros del fútbol brasileño lo supieran. Mi arco había que cuidarlo, hacerse respetar, que el rival supiera que no era llegar y entrar al área.

Usted impresionaba en el juego aéreo, con el uso de los brazos. En un local, a metros de la Puerta de Brandenburgo, en Berlín, había una foto donde aparece metiéndole la mano izquierda a Gerd Müller en el partido frente a Alemania Federal en el Mundial de 1974.
(Ríe) Es que había que usarlos bien. No sé si era el secreto, pero siempre trataba de saltar en diagonal, con impulso, cosa de que el rival quedara abajo. Con Gerd fuimos compañeros en los Strickers, en Estados Unidos.

¿Qué siente que le falta a los defensas de la actualidad?
Liderazgo. Siempre cuando el delantero viene uno debe manejar la situación, decirle "me vas a encarar, bueno ven por este lado", guiarlo, hacerlo pensar, obligarlo a tomar decisiones. Respétenme, ese fue mi lema. Con modestia y respeto lo digo, pero el título de mejor de América se lo quité a Pelé, que había sido elegido en 1973. Uno debe proponerse grandes objetivos, pensar que se puede, que somos capaces. Eso hay que transmitirlo al jugador.

¿Por qué luego de Peñarol eligió Internacional?
Estuve cerca de Real Madrid, pero pensé en Brasil; son los tricampeones del mundo, pagan muy bien -en Europa no pagaban tanto, no es la diferencia de ahora-, estaban los mejores del mundo, con Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino, Dirceu, venían otros grandes jugadores de Sudamérica, como Pedro Rocha, Roberto Perfumo, Pablo Forlán, entonces no dudé. Piensa que el primer jugador brasileño en el exterior que convocaron a la selección fue Falcao, en el 82. Eso habla del extraordinario nivel que encontrabas.

¿Qué cosas le llamaron la atención cuando regresó para enrolarse en Palestino en 1977?
Era un equipazo, con "Manolo" Rojas, el "Keko" Messen, Oscar Fabbiani, Manuel Araya, Rodolfo Dubó, pero les faltaba algo. Ahí traté de inculcar el ganar siempre, que estábamos para ser campeones. No hablando, pero sí en las prácticas y en los partidos. También que entrenábamos hasta el viernes y el sábado nos juntábamos para concentrarnos y jugar el domingo. Ahí les dije que no, que el sábado había que moverse y después concentrarse, mi cuerpo lo necesitaba. Y lo hicimos. Traía esa costumbre de Brasil.

En 1980, durante un interinato, Gustavo Cortés no lo puso en un partido con Wanderers en Playa Ancha.
"No te veo bien", me dijo. "Ningún problema -le contesté-. Acepto, usted manda, pero al banco no voy". La prensa y los hinchas lo destrozaron y a la semana me dijo que me veía mejor, que me iba a poner. "No me diga nada, Gustavo. Si quiere ponerme, póngame, pero no me dé explicaciones", le dije.

Si algo lo distinguió en su carrera es que arriesgaba mucho cuando salía desde el fondo.

Era mi característica. Salvador Biondi, el "Tano", me aceptaba así en La Calera, pero cuando volví del préstamo a Wanderers, el técnico se volvía loco. Era Martín García, un argentino, y en medio del partido me levantaba las manos. Llegamos al entretiempo y me dice: "Elías, usted me quiere matar del corazón", pero lo entendió rápido. Siempre pensé que si reventaba venía el contragolpe.

Le pegaba con las dos cuando salía de atrás con balonazos largos y precisos. El gol de Sergio Ahumada a la RDA nace de un pelotazo suyo.
No tenía problemas con la izquierda ni con la derecha. Me quedaba practicando cabezazos y pelotazos desde atrás. No me gusta decirlo, pero sorprendía llegando de atrás. Me di cuenta de que no me marcaban, que había campo libre.

En Inglaterra 66 llevaban un equipazo, pero no caminaron. Todos coinciden en que las relaciones en el plantel eran pésimas.
Yo era pollito nuevo, pero me daba cuenta de inmediato que existía distancia, grupos. Estaban los de la "U" y los de la Católica. Los jugadores del 62 estaban maduros, se sumaron el "Nacho" Prieto, "Chamaco" (Francisco Valdés), Rubén Marcos, Carlos Reinoso, el "Chico" Araya (Pedro), pero no pudimos. Fue importante, porque en ese nivel me di cuenta de que me la podía. La mala suerte fue el rechazo corto en el empate de Corea del Norte.

¿Y en Alemania 74?
Debimos hacer algo más, la mayoría llegaba en un momento extraordinario. Era Colo Colo 73, más Alberto (Quintano), el chico Reinoso. Con Alemania Oriental debimos ganar (1-1) y con Australia no se podía jugar, porque era un barrial (0-0).

España 82 fue un desastre...
Jugué con un desgarro en el isquiotibial y el dedo gordo del pie derecho reventado. Me quedó una cicatriz hasta hoy (la muestra). Me ponían unas inyecciones tremendas, me dolía hasta el hombro, pero el gordo Santibáñez me decía "Grandote, tenís que ir". No tuvimos competencia antes, esa concentración de seis meses nos mató y lo notamos en el amistoso con Rumania (derrota 3-2, con un lapidario 3-0 al entretiempo, en Ñuñoa). Lo hablábamos con los muchachos, intuíamos que la cosa no venía bien.

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